viernes, 6 de noviembre de 2009

Ni determinismo genético, ni determinismo neuronal

Como muy bien expuso Diego Gracia durante la pasada conferencia, es propio de los humanos mostrar interés cordial por las personas, cosas y situaciones que encuentran (Cortina), interés a partir del cual interactúan y proyectan hacia el futuro (Zubiri). Siendo la más frágil de las realidades biológicas desde el instante de su concepción (corre poco, tiene poca vista, poco olfato, poca fuerza muscular, en comparación con otros seres animados), la especie humana potencialmente tiene una capacidad de adaptación al medio mucho mayor que ningún otro ser vivo, lo cual le proporciona una oportunidad de libertad inexistente en las demás líneas evolutivas.

La dotación genética constituye la diferencia esencial entre seres vivos e inertes.
La expresión fenotípica del genotipo, activa desde la constitución del cigoto humano, proporciona la identidad personal. Identidad que emerge con el cigoto y se despliega a lo largo de todo el trayecto de la existencia.
Ni genética ni neurociencias suponen una amenaza seria al frágil proyecto de libertad que constituye la intrahistoria de cada ser humano. Aunque ambas disciplinas empiezan a tener aplicaciones en el tratamiento de enfermedades, la metodología científica en la que se apoyan solo es útil para identificar interacciones o diseccionar lo vivo en sus componentes materiales. No permite crear vida, solo manipular la existente. Los instrumentos científicos resultan insuficientes para estudiar la complejidad psico-espiritual de la conciencia humana (pese a que están permitiendo comprender la interacción entre cerebro humano, moral y toma de decisiones). De acuerdo con Gracia, autores como
Dawkins y Froufe mantienen que hay que evitar caer en el reduccionismo determinista (propio de mentalidades esquemáticas).

Ana Costa

3 comentarios:

Jesús dijo...

La genética, la evolución y la neurobiología pueden mostrarnos los mecanismos necesarios para la emergencia de la moralidad. Hay una integración entre genoma humano, factores evolutivos y estructura cerebral. Aunque no hay razones para suponer que el genoma determine toda la estructura del cerebro, sí que es cierto que ayuda a establecer una serie de circuitos y sistemas en el mismo. Dentro de estos sistemas, podemos hallar algunos que son evolutivamente más antiguos, como los que configuran el sistema límbico. Estos sistemas más antiguos colaboran estrechamente con los que evolutivamente son más modernos, con lo que la actividad mental incluye factores que surgieron evolutivamente hace tiempo, tales como las emociones y sentimientos, y otros de más reciente aparición, como la consciencia de los sentimientos, una capacidad analítica más desarrollada, y la posibilidad de un pensamiento abstracto y simbólico derivado de la capacidad para el lenguaje. A todo ello habrá que añadir la influencia del ambiente, la cual ha sido responsable de la remodelación de algunos de estos circuitos y estructuras, y que ha influido en que la selección natural haya operado llevando al cerebro humano a su actual estadio moderno. En resumen, la actividad de los sectores modernos del cerebro es indispensable para producir las representaciones neurales que son características de la inteligencia humana. Sin embargo, estas zonas del cerebro no pueden producir actividad alguna sin el auxilio de las zonas más antiguas como el sistema límbico, caracterizado por el dinamismo emocional. El organismo humano ha de entenderse como un todo que actúa estructuralmente, y aunque sea preciso el estudio por separado de los distintos factores que intervienen en la forma de actuar del hombre, no ha de llegarse a la conclusión de que cada uno de ellos por separado puede generar una característica determinada del comportamiento. Es así que desde un estudio atomizado de la conducta podemos hablar de altruismo genético, simpatía como mecanismo generado por la selección natural y empatía emocional. Sin embargo, ninguno de estos factores por separado genera conducta alguna. En último término, es el individuo el que desarrolla una conducta altruista, social y tiene sentimientos de empatía.

Ahora bien, una vez hecha esta apreciación, podemos afirmar que este tipo de comportamiento mantiene una fuerte conexión con todos los mecanismos biológicos del organismo. Y puesto que la moralidad del hombre tiene su origen en conductas altruistas, simpáticas y empáticas, podemos mantener que la conducta moral del hombre tiene unas raíces biológicas que no pueden pasarse por alto. Ello no quiere decir que la moralidad pueda ser reducida a biología; de hecho estos mecanismos de los que venimos hablando pueden hallarse en otras especies además de la humana, en las cuales difícilmente podremos hablar de moralidad. No obstante, resulta evidente que sin estas bases biológicas en el hombre no podría haberse desarrollado ningún tipo de comportamiento moral.

Un saludo,
Jesús A. Fernández

Jesús dijo...

Altruismo, simpatía y empatía no son por sí mismos factores morales, pero éstos se encuentran subsumidos por la moralidad. Podemos decir que son como un primer piso sobre el cual se edificará el edificio de la moralidad. En este primer nivel aún no hallamos moralidad pero sí la respuesta a por qué el hombre es un ser moral. La exposición del origen de las tendencias altruistas, los elementos que hacen que pueda desarrollarse una conducta social, y todo lo referente a emociones, sentimientos, talante y respuestas emotivas, no dicen nada de la moral, pero sí son asuntos de carácter moral. Desde ellos no podemos hablar de normas morales, pero sin ellos éstas no podrían formularse. Desde estas raíces biológicas del comportamiento moral no se puede formular una moral, pero sí una protomoral, una capacidad que posibilitará la moral en el hombre. Esta capacidad tendrá que ser complementada con otros factores tales como la actividad de la mente humana, la autoconsciencia, el desarrollo del lenguaje y la simbolización del pensamiento, así como la comunicación cultural compleja que el uso del lenguaje puede propiciar. Estos mecanismos más avanzados, movidos por el altruismo genéticos, la emoción de simpatía y el sentimiento de empatía propiciarán que el hombre sea capaz de sopesar sus acciones (deliberar), juzgar sus actos como buenos o malos (razonar), y elegir entre unos u otros (elegir), requisitos todos ellos de la moralidad.

Ahora bien, después de tantos estudios biológicos y tanta elaboración de teorías cabe la pregunta ¿acaso no dijo ya todo eso Aristóteles? En la Ética a Nicómaco podemos encontrar el siguiente texto:
«La virtud de algo es aquello que resulta adecuado a su función, y son tres en el alma los elementos que rigen la acción y la verdad: sensación, intelecto y deseo […]. Así que –como la virtud moral es una disposición electiva, y la elección es una inclinación deliberativa- es menester que, debido a ello, el razonamiento sea verdadero».

Desde luego no lo dijo ni lo estudió como nosotros lo hacemos ahora, pero, ciertamente, es posible que no hayamos avanzado tanto en la cuestión. En fin: nihil novum sub sole.

Otro saludo,
Jesús A. Fernández

Ana dijo...

Muy interesate toda tu reflexión,Jesus. Solo dos puntualizaciones por mi parte. Una, me parece importante distingir entre emociones(afectividad primaria, reactiva) y sentimientos (afectividad compleja,racional). De ahí todo lo que deriva de la inteligencia emocional.
Dos, respecto al pensamiento de Aristóteles tan certero como ingénuo (muy precisas sus definiciones, pero ni la capacidad deliberativa ni la virtuosa nacen con el nacimiento sino que se hacen -o no- durante la trayectoria vital). Esa es la grandeza y la fragilidad del ser humano.